Traduzione in spagnolo dell'omelia del Natale (a cura di Gabriel Richi Alberti)
25-12-2008

Basílica Patriarcal de San Marcos

 

 

Solemnidad de la Natividad del Señor*

 

 

Misa de Gallo: Is 9, 1-3.5-6; Sal 95; Tt 2,11-14; Lc 2, 1-14

 

Misa de Navidad: Is 52, 7-10; Sal 97; Eb 1, 16; Gv 1, 1-18

 

 

Homilía del Card. Angelo Scola, Patriarca de Venecia

 

 

25 de diciembre de 2008

 

 

1. «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is 9, 5). José «fue desde la ciudad de Nazaret de Galilea a Judea’ para empadronarse con María, su mujer, que estaba encinta. Mientras estaban allí se cumplió el tiempo del parto, y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales» (Lc 2, 5-6).

La Navidad es la fiesta de la Encarnación: «Y el Verbo se hizo carne» (Jn 1, 14). En el corazón del mayor y más decisivo misterio de la historia se encuentra la normalidad de la experiencia elemental de todo hombre: dos esposos, una mujer encinta a la que llega el momento del parto, un nacimiento, un recién nacido al que su madre envuelve en pañales’ Ciertamente en la Sagrada Familia de Belén se puede reflejar todas las familias porque contemplándola todas ellas pueden recuperar el frescor de su rostro original ‘ el vínculo matrimonial estable, público, fiel y abierto a la vida entre un hombre y una mujer ‘ incluso si se encuentran en medio de la contradicción y de la prueba más dolorosa.

2. El nos ha nacido de la Primera Lectura («un niño nos ha nacido» Is 9, 5), que resuena en la Segunda («se entregó a sí mismo por nosotros» Tt 2, 14) y en el anuncio a los pastores del Evangelio de Lucas («hoy os ha nacido un salvador» Lc 2, 11), acontece de nuevo todos los días y por toda la tierra cuando se celebra el sacrificio eucarístico, porque, como decían los Padres de la Iglesia, «se ha hecho hombre para poder morir por nosotros», en nuestro favor. La alegría de la Navidad no censura el sacrificio (mañana la Iglesia celebrerá la fiesta de San Esteban, el primer martir). La plenitud y la madurez del amor aúna alegría y sacrificio con un vínculo indestructible, como todos los esposos y padres que están aquí presentes pueden testimoniar. La unión de alegría y sacrificio es obra del amor. A partir dal dinamismo insuperable de la Eucaristía no cesa de ofrecerse el don de este Niño para que florezca la paz verdadera. Esa paz que es la única capaz de destruir la violencia que amenaza continuamente las relaciones personales y sociales entre los hombres y las sociedades. «Su penoso yugo, la vara sobre sus espaldas, el palo de su verdugo tú lo quebraste como el día de Madián» (Is 9, 3).

3. Mientras nosotros, hombres postmodernos, tenemos la presunción de dictar a Dios cómo y cuándo puede revelarse, los pastores no se escandalizan cuando encuentran al Salvador reclinado en un pesebre. Como Juan Bautista, como la Virgen, y aún antes como Abrahán y muchos otros, los pastores son pobres de espíritu, personas dispuestas a renunciar a las propias ideas y expectativas para dejar espacio al otro, a Dios, a Aquel que siempre supera nuestras ideas y expectativas.

Ante el anuncio del ángel – «Paz en la tierra a los hombres que él ama» (Lc 2, 14) -, ante el asombroso descubrimiento del amor de Dios, sin que lo merezcan en ningún modo, los pastores  corren hacia el portal. El descubrimiento y la acogida de este amor les hace ‘buenos’ (‘hombres de buena voluntad’ recitaba la traducción tradicional), y les permite responder con agradecimiento. El amor del Niño Jesús es un amor efectivo que ilumina el designio de Dios sobre cada hombre y sobre todas la familia humana. Es la clave del destino de la historia. El único criterio seguro para servirse sin perjuicio de los resultados extraordinarios de la técnica y de la ciencia. De este amor nace el compromiso, eclesial y civil, un empeño indomable seguro de que Dios guía la historia a favor del hombre: «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria!» (Is 52, 7).

4. San Pablo, en el fragmento de la Carta a Tito que hemos escuchado, nos muestra el origen, las características y el horizonte último de dicho compromiso: «se ha manifestado la gracia de Dios, fuente de salvación para todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la maldad y a los deseos mundanos y a llevar una vida sobria, justa y religiosa, mientras aguardamos el feliz cumplimiento de lo que se nos ha prometido y la manifestación gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo» (Tt 2, 11-13). La gracia manifestada ‘ el Niño Dios ‘ nos educa a vivir con verdad nuestra relación con Dios (vida religiosa), con los otros (vida justa), y con las cosas (vida sobria), en la espera del retorno glorioso del Señor al final de los tiempos. De esta tensión entre el ya de la compañía que ofrece Dios a nuestra vida y el todavía no de su retorno final nace la auténtica acción moral. No se trata, en ningún modo, de la pasividad resignada de quien piensa que está en manos de un señor absoluto, ni de la presunción de salvarse con la fuerza de las propias obras, sino del indomable retomar di quien, gracias a este Niño, reconoce la relación indestructible con el Padre que le ama. «Yo seré para él un padre, y el será para mi un hijo» (Hb 1, 5). En esta perspectiva se puede vivir toda la realidad, la personal y la social incluyendo su nivel planetario. Toda la realidad, incluido el cambio radical al que nos constriñe la crisis económica y financiera, podrá ser afrontada sólo a partir de una nueva visión de la globalización. Dicha visión exige que todos los sujetos interesados, a partir de los desheredados de los continentes que sufren la miseria y el hambre, se impliquen en un diálogo continuo que busque una distribución equitativa de los bienes espirituales y materiales. Sólo a partir de esta globalización nueva y solidaria podrán nacer estilos de vida nuevos. Esta posibilidad comienza a partir de nuestro prójimo. Por ello todos, a partir de quien tiene responsabilidades de gobierno en todos los niveles, tenemos que ocuparnos de quien pierde el puesto de trabajo y con frecuencia no goza de los subsidios necesarios, de los desocupados, de los que viven en situaciones de precariedad y de todos los que se encuentran en necesidad. Como todas las nuevas fases del desarrollo la presente deberá prever algún sacrificio para el Nord opulento de la tierra. Pero sólo en una práctica global y articulada de la justicia se realiza un desarrollo auténtico y la paz en el mundo.

5. Con el ánimo agradecido y lleno de conmoción ante el Acontecimiento que, una vez más, hemos podido contemplar en esta Noche santa, nos dirigimos al Niño y a su Madre con las palabras de un abad mediaval: «Dulce Señor, Dulce Señora, pues El es mi Señor, mi misericordia; y ella, mi Señora, es la puerta de la misericordia. Nos conduzca la Madre al Hijo, el Hijo al Padre, la esposa al Esposo, porque es Dios bendito por los siglos» (Nicolás de Claraval, s. XII).


* Las homilías y otras intervenciones del Card. Angelo Scola, Patriarca de Venezia, están disponibles en la página web del patriarcado: www.patriarcato.venezia.it