Omilia del Patriarca Francesco Moraglia - S. Misa del dia de Navidad (Venecia / Basilica Catedral de S. Marcos, 25 diciembre 2023)
25-12-2023

S. Misa del dia de Navidad

(Venecia / Basilica Catedral de S. Marcos, 25 diciembre 2023)

Omilia del Patriarca Francesco Moraglia

 

 

Queridos fieles,

En Navidad se cumple el deseo de la humanidad: ver a Dios.

En la noche de Navidad resuenan las palabras del profeta Isaías: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; | habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló.” (Is 9,1). El mismo tema está en la carta del Apóstol Pablo a Tito: “Pues se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, llevemos ya desde ahora una vida sobria, justa y piadosa.” (Tt 2,11-12).

Este deseo de “ver” a Dios está, desde el inicio, en la oración del pueblo de Israel y está presente frecuentemente en el libro de los salmos. El salmo 104 dice: “…que se alegren los que buscan al Señor. Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro” (Sal 104 3-4). El salmo 23, en vez, enumera las condiciones necesarias para poder “ver” a Dios y para quien quiere entrar en el recinto sacro; habla, de hecho, de “manos inocentes y puro corazón” (v. 4) y condensa todo en esta expresión: “Esta es la generación que busca al Señor, que busca tu rostro, Dios de Jacob” (v. 6).

Este buscar el rostro de Dios, dirigidos hacia él, es algo que abraza todo el hombre, pero solo cuando el hombre es justo puede esperar que encontrará verdaderamente al Señor.

Los dos salmos citados evocan el ingreso en el santuario, con la procesión que introduce el arca en el templo; es claro el contexto de culto – encontramos al Señor en el templo – y acá nos ayuda un pasaje del segundo capítulo del evangelio de Juan en el que Jesús afirma: “Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar…”. Y el evangelista anota: “Pero él se refería al templo de su cuerpo.” (Jn 2,19.21).

El evangelio del día de la Navidad, vuelve a este tema con las características teologico-misticas propias del evangelio de Juan; el prólogo es la síntesis y la “llave” de todo el cuarto evangelio. Sobre todo, las palabras del inicio y del final nos entregan la grandeza de la navidad y el cumplimiento del tiempo de la espera.

Estas palabras nos reconducen a aquel “principio” (v. 1) que indica la eternidad en la que están solo el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, Dios y el Verbo de frente a él. Hasta ahora todo esto nos era lejano y desconocido: “Nadie ha visto jamás a Dios; el unigénito Dios, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer” (v. 18).

¿Como nos lo ha dado a conocer? Lo dice siempre el prólogo: “Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros” (v. 14). Poco antes había dicho: “Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.” (v. 11).

Resalta inmediatamente el drama de la navidad. El Niño Dios no es pura poesía, no es solamente alegría; en el se adensa de inmediato el drama de la historia de la humanidad, el drama de quien no acoge la navidad.

Querer ver a Dios, poder encontrarlo solo en el santuario, con las manos inocentes y puro corazón: son las condiciones que el hombre, solo, no podía realizar, ni dentro ni fuera de la alianza.

El hombre no podía encontrar a Dios y lo demuestra en el Antiguo Testamento el pueblo que – por la dureza de su corazón, por sus infidelidades y por la incapacidad de respetar las prescripciones – debe siempre renovar las alianzas, incluso al interno de la única Alianza entre Dios y la humanidad. Desde Noe en adelante, pasando por Abraham, Moisés y los profetas se llegará a la Nueva Alianza por la incapacidad del hombre de encontrar a Dios y de vivir esta relación.

La palabra panim se usa en el Antiguo Testamento: quiere decir el rostro de las creaturas y el rostro de Dios; ya Dios inicia a revelarse como persona. El Antiguo Testamento negaba la posibilidad de hacerse imágenes de Dios – que no se puede representar, así como no se puede poseer- pero conoce bien, sobre todo en los salmos, la búsqueda del “rostro”.

La impotencia de buscar el rostro de Dios, de todos modos, abre a la realidad de Dios como persona y relación. Junto al termino panim está el termino sem que quiere decir “nombre” e invita a estar en relación. Esta es una relación que, a su vez, crea relaciones y es la única capaz de purificar los vínculos entre los hombres.

Los eventos dramáticos de nuestro periodo dramático tienen que ver con la geopolítica, pero también con las relaciones personales. No está solamente la situación en Ucrania, en la que no se ve un final; también está la guerra que ensangrienta la Tierra Santa – en la que la Navidad y la vida de Jesús se realizaron concretamente – y en la que dos pueblos que se remontan al Dios de Abraham, están luchando mientras el mundo no sabe encontrar soluciones para una reconciliación justa después de demasiados años de guerras y odios.

El Dios que se revela en Navidad es el único capaz de sanar las relaciones humanas porque no actúa a nivel geopolítico sino también a nivel personal. La misma plaga de los feminicidios inicia en el corazón de los hombres, allí donde falta el respeto y en donde el amor y la verdad no están unidos. La Navidad son todas estas realidades juntas: respeto, amor, verdad.

Solo viendo el rostro del Señor se puede encontrar el rostro de los hombres y comprenderlos. Solo viendo el rostro del Señor se puede redescubrir la verdadera fraternidad. Todo esto sucede a partir de la paternidad de Dios que manda a su Hijo.

Tenemos que volver al “corazón” o a la “esencia” de la Navidad purificándola de todas las cosas que inicialmente eran expresiones humanas de la fe pero que ahora han tomado el control y han terminado siendo el fin (las luces, las compras, los regalos, el Pantone, la vacaciones en la nieve o en algún lugar exótico etc.).

Se quiere, incluso, sustituir el nombre de la Navidad con el de una genérica “fiesta de las luces” o “fiesta de los regalos” pero así los pequeños regalos del consumismo y las luces que devoran energía – que podría ser destinada a usos mejores – sustiyen la “Luz” y el “Regalo”, ósea Jesucristo, con algo que debería representar solamente expresiones humanas.

Nuestra humanidad hoy, mas que nunca, necesita de la verdadera Luz y del verdadero Regalo. Necesita el Niño nacido en Belén, no de otras cosas en gran medida expresión de sociedades consumistas y por lo tanto saciadas y sin esperanza, como lo demuestra el constante declive demográfico que es indicador de algo mas que el solo declive numérico.

¿Pero por qué Aquel que es la plenitud de la revelación viene a nosotros como un niño? Un niño exige total disponibilidad, ósea salir de si mismo, y si el inicio de todos los conflictos nace de la falta de escucha y acogida, el Niño de Belén pide escucha, cercanía y amor.

El Niño Jesús, en el acto de alzar los brazos, pide acogida, pero para acoger, hay que estar dispuestos a amar; no hay acogida si falta el amor con el se conoce y, sobre todo, se reconoce el otro.

El niño de Belén es la protesta a un mundo en el que el yo se convierte en el criterio de la verdad afirmando, con arrogancia, la visión propia y el proyecto propio.

El niño de Belén descansa en el pesebre – lugar de simplicidad y pobreza- donde toma forma la proximidad, desvanece la lógica del primer lugar y si afirma la reciprocidad. Y todo ocurre en la luz que ilumina la oscuridad de la noche, mientras se está en camino hacia Aquel Nino que es el Unigénito del Padre.

La luz de la Navidad invita a todos los hombres – que Dios ama sin distinción- a elevar la mirada, a encontrar ese niño en el que inicia una nueva humanidad. Si, el divino niño de Belén es la vía de la paz y es el inicio de una historia pacificada porque Él  no separa Amor y Verdad y en Él  se hace accesible el Dios que es, conjuntamente, Amor (Agàpe) e Verita (Logos).

¡Feliz Navidad a todos!